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¿Y si no pasa nada? Aprender a estar bien en la pausa

Vivimos en un mundo que nos empuja constantemente a hacer, lograr, correr… Pero, ¿qué pasa cuando la vida no se mueve tan rápido como quisiéramos? ¿Qué pasa cuando, después de todo nuestro esfuerzo, parece que no pasa nada?

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La pausa puede sentirse incómoda, incluso desesperante. Nos enfrentamos a nuestra impaciencia, a las expectativas que no se han cumplido, a la incertidumbre de no saber qué sigue. Pero, ¿y si en lugar de temerla, aprendemos a abrazarla?



Mi momento de mayor pausa fue, sin duda, uno de los años más transformadores de mi vida. A finales del 2016, durante mi fiesta de graduación universitaria, sufrí un accidente. Caí por unas escaleras que me dejaron con una ceja rota (el menor de mis problemas) y una situación delicada en mi pierna izquierda que me exigía reposo casi absoluto. Había una amenaza latente de que se podía formar una celulitis que podría causarme la pérdida de la pierna. Así que me tocó experimentar de forma muy consciente la pausa, el estancamiento.


Día tras día, por tres meses en cama, conmigo como mi única compañía fija, pude analizar de cerca mis sentimientos: la escasez de conexión interna , la falta de autoestima. Fue un gran ejercicio de paciencia. Esperaba con todo mi corazón volver a mis clases de spinning, caminar más allá de la distancia que había de mi cuarto al baño. A nivel migratorio, esperaba mi pasaporte. En esos años, en Venezuela, escaseaba el material para ese tipo de documentos y necesitabas un contacto casi tipo mafia para obtener uno. Sin él, no podía ir a Málaga a hacer el máster (que nunca terminé haciendo, porque, como ya les conté, mi vida terminó girando en otra dirección). En fin, estaba viviendo la pausa más grande y literal de mi vida: nada se movía, ni siquiera yo.


A pesar de haber sido uno de los momentos más duros de mi vida, también ha sido uno de mis mayores maestros. El dolor, la angustia, la desesperación y la ansiedad que sentí me hicieron caer en un hueco cada vez más profundo, hasta que llegué a un tipo de fondo y me entregué a la experiencia de aprender. Solté la idea de que era una víctima de mis circunstancias: la escalera que me había dejado en cama, la situación del país y mi tristeza. Y me vi a mí misma como una estudiante de la vida.


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¿Qué tenía este momento, en el que nada parecía moverse, que enseñarme? Mis respuestas fueron: paciencia, resiliencia y a mí misma. Curiosamente, aprendí que, aun en la pausa, aunque nada se mueva por fuera, todo se mueve por dentro.


Gracias a esto, ya no le temo a las pausas. Mi paciencia se ha extendido y es una de mis mayores fortalezas, pues, según yo, es la capacidad de mantener y sostener la calma en los momentos más difíciles. Todo el tiempo que pasé conmigo me hizo exorcizar varios demonios, sobre todo el de la ausencia de percepción de valor. Despojarse de todo el ruido externo te ayuda a enfocarte en tu propia música.


Estar en pausa no significa que estás perdiendo el tiempo. Significa que estás tomando un momento para respirar, observar y permitir que las cosas encuentren su curso. A veces, la pausa no es el obstáculo, sino el camino en sí.


Es en esos espacios vacíos donde podemos reencontrarnos. Es allí donde descubrimos quiénes somos cuando no estamos haciendo nada para impresionar a los demás o para cumplir con una lista interminable de metas.


La próxima vez que sientas que no pasa nada, recuerda que incluso los árboles necesitan un invierno de descanso para florecer en primavera. Tu momento llegará, pero por ahora, confía en el proceso y en la belleza de estar en pausa.


 
 
 

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