Si mi corazón fuera una camisa, estaría arrugadito.
- Sarhue Guerrero
- 30 ene
- 2 Min. de lectura
La vida es bella, muy bella, pero también tiene sus momentos en donde se las arregla para parecer menos bonita…
Como cuando una persona te parece siempre impecable, espectacular, pero un día la ves en su peor gripe, con los ojos hinchados y la nariz roja, y entiendes que no es que haya dejado de cuidarse, sino que está atravesando un mal momento.

O como cuando tu camisa favorita está completamente arrugada. Sabes que la amas, pero también sabes que así, tal cual está, no puede salir.
Así pasa con la percepción que a veces tenemos de la vida.
Últimamente, he sentido cómo mi corazón se ha ido arrugando. Lentamente, pero también de forma abrupta. A veces siento que tengo un máster en lidiar con el lado oscuro de las cosas, pero luego me doy cuenta de que aún hay esquinas de sombra que no conocía.
Ser venezolana en un país donde hay venezolanos que han hecho cosas malas es difícil. Duele. Duele ver cómo nos miran, cómo nos juzgan, cómo una sola historia puede eclipsar las mil historias de gente buena, trabajadora, que solo quiere salir adelante. Duele porque sé que los buenos somos más, pero a veces el mundo prefiere mirar solo lo malo. Y enfrentarse a eso, día tras día, es una batalla invisible pero agotadora.

El racismo, el odio y la generalización son una enfermedad social. Y es difícil no dejar que todo eso se meta debajo de la piel, que se acomode en el pecho y pese.
Pero si algo sé, es que la tela arrugada se plancha. Y así voy, un día a la vez, planchándome el corazón.
A veces con palabras de alguien que me recuerda quién soy. A veces con un café y un respiro. A veces con un acto de bondad inesperado, que me demuestra que el mundo sigue teniendo luz.
No siempre se trata de encontrar la belleza en todo. A veces, se trata de sostenernos a pesar de lo feo.
Y eso también cuenta.
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